
El Milagro Económico Chino.
- Luis Molina
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Actualizado: hace 3 días
El Milagro Económico Chino
Por Luis E. Molina

Cuando, en el año 1996, empecé a trabajar en la Fundación Konrad Adenauer de la Republica Federal de Alemania; lo primero que hice fue estudiar el llamado “Milagro Económico Alemán”, liderado por Ludwig Erhard. Me sorprendió ver cómo un país devastado por la guerra pudo reconstruirse en tan poco tiempo.
Veía documentales sobre la Segunda Guerra Mundial y luego observaba una Alemania moderna, pujante, en expansión. Y me preguntaba: ¿cómo lo lograron?
Lo mismo sentí al estudiar Japón. Un país bombardeado con dos armas nucleares, reducido al escombros, logró renacer como una potencia tecnológica y económica. Su capacidad de adaptación fue abismal.
Ahora me toca ver, en tiempo real, el tercer gran milagro: el Milagro Económico Chino. Una transformación que, aunque tuvo como catalizador la avaricia occidental, ha resultado ser una de las revoluciones económicas más impactantes del último siglo.
Pese a que muchos ignoraron las advertencias, China se levantó con una velocidad que nadie pudo predecir.
Occidente, en su codicia, trasladó su producción industrial a China creyendo que los chinos eran simplemente trabajadores obedientes y baratos. Subestimaron una civilización de más de cuatro mil años, forjada en guerras, hambrunas, revoluciones y humillaciones coloniales, como la impuesta por el Imperio Británico durante la Guerra del Opio —los británicos, que siempre han sabido meter la cuchara en todos los conflictos son en cierta manera una de las peores potencias del orden colonial.

Lo que Occidente no calculó es que el modelo chino no solo absorbió inversión, sino que creó estructuras propias de poder.
China, a pesar de tener una economía planificada y un sistema de partido único, ha desarrollado un capitalismo estatal que redistribuye buena parte de sus beneficios hacia su población.
Eso marca la diferencia. Mientras tanto, el ciudadano promedio de Estados Unidos ya no obtiene ningún beneficio real por ser estadounidense.
Esos y la locura democrata llevaron a muchos a votar por Trump: por desesperación, por abandono, porque ya no ven camino en el sistema de hablar bonito sobre todo si se camina feo.
Vivimos bajo un capitalismo brutal, encabezado por tecno-feudalistas que concentran más poder que muchos Estados. Gobiernos que ya no protegen a sus pueblos, sino a sus intereses privados. Un modelo que, cada día, erosiona más la calidad de vida de las personas.
La situación en Occidente se degrada:
España vive una crisis habitacional sin precedentes.
El “sueño americano” está muerto.
Alemania ha optado por el rearme como respuesta a sus problemas estructurales.
Francia sufre fracturas sociales profundas.
Y Latinoamérica, una región rica en recursos pero pobre en visión, sigue repitiendo modelos fracasados. Nos decimos “emergentes”, pero no emergemos. Nos llenamos la boca con estadísticas de crecimiento, pero ese crecimiento nunca llega al pueblo, se queda en un grupo al servicio del poder imperial
La pregunta es obligada: ¿por qué no estamos estudiando otro modelo? ¿Por qué no analizamos qué funcionó en China y vemos qué podríamos adaptar a nuestra realidad? No todo, claro está.
Pero algo. Cualquier componente que pueda darnos soberanía, dignidad y una patria que derrame el crecimiento en la población de nuestra media isla y Los nacionales haitianos que podamos ayudar.
Porque en el sistema actual que tiene Latinoamérica, jamás lograremos desarrollarnos. Siempre seremos lo que somos: proveedores de materias primas, de mano de obra barata, de mercados sumisos. Y eso, lo digo con dolor, es una realidad que se aplica desde México hasta la tierra de fuego en la tierra del che.
Necesitamos un cambio radical, un giro completo en nuestra forma de pensar, de planificar, de gobernar. Y, sobre todo, dejar atrás las migajas que nos siguen vendiendo como progreso en un sistema enfermo que tarde o temprano colapsara.
Y por último quiero aclarar algo fundamental:
No estoy proponiendo abandonar la democracia, ni eliminar los partidos políticos, ni adoptar sistemas autoritarios. Lo que digo es que el modelo y el enfoque actual no funcionan para nosotros.
Seguir confiando ciegamente en el modelo europeo no nos llevará a ningún lado. Europa tuvo su oportunidad porque depravó y saqueó medio mundo. Nosotros no tuvimos esa ventaja inmoral, y esa es la realidad.
Tampoco somos Estados Unidos, tenemos su realidad.
El mundo está cambiando. Cambiemos con él… o terminaremos mal.
Y para aquellos que me dirán que la República Dominicana es la economía que más crece en Latinoamérica, les digo lo siguiente: el verdadero problema sigue siendo —y seguirá siendo— la desigualdad social. Y si es cierto que estamos creciendo bajo el modelo actual, imaginen lo que podríamos lograr con un modelo diferente, más justo y más eficiente.
Lo que hoy llamamos éxito es apenas una sombra de lo que podríamos alcanzar si tuviéramos el valor de repensar el sistema desde sus cimientos, dejando atrás al barco que se unde y se lleva al fondo del océano a la sociedad occidental.
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